Los viajes en el tiempo han fascinado a los pensadores de todos los tiempos y han generado una gran cantidad de obras de ciencia ficción, ensayos filosóficos y teorías científicas.
Sin embargo, esta posibilidad solamente se ha empezado a considerar seriamente desde finales del siglo XIX, cuando desde la física se definió el tiempo como una dimensión más, una estructura cuatridimensional llamada espacio-tiempo.
Antes de esta concepción del tiempo, el punto de vista dominante en Occidente era el que había propuesto Aristóteles, como veremos más adelante en esta entrada. Pero, antes de llegar a este filósofo veamos otras aproximaciones al estudio del tiempo que ya habían realizado algunos pensadores clásicos.
1. Anaximandro y los viajes en el tiempo.
Para Anaximandro, si el universo ha existido siempre (como se pensaba en la Antigua Grecia) debería existir un pasado de duración infinita.
Si hay un pasado que tiene en una extensión infinita, nunca se podría llegar a un momento presente. En este caso, el tiempo sería un transcurrir infinito sin que nunca se alcanzara el ahora. Sería algo así como una espera sin fin.
Sin embargo, nosotros estamos aquí y ahora. Hay algo que no encaja.
Si hemos alcanzado el presente, es porque el pasado no es infinito. Es decir, el mundo tuvo un comienzo. Hemos alcanzado el momento presente y podremos seguir avanzando hacía el futuro.
En cierta manera, somos viajeros en el tiempo, y nos desplazamos a una velocidad de 1 segundo por segundo.
Sin embargo, el hecho de que el universo tuviera un principio también genera algunas dificultades como veremos en los puntos siguientes.
2. La negación y el tiempo en Parménides.
A Parménides le intrigaba que, si el universo tiene un principio, cómo era posible que las cosas del mundo hubieran pasado a la existencia desde la no existencia. Y a la inversa, cómo algo que existe puede llegar a no existir.
Para él, una “cosa que no existe” es en sí misma una contradicción, porque solo podemos pensar y hablar de lo que existe. Como para Parménides nada puede pasar de la existencia a la no existencia, ni a la inversa, todo lo que existe no debe tener ni principio ni fin. Por lo tanto, el universo sería infinito.
Además, si todo ha existido siempre y lo hará para siempre, no habrá cambio. Es decir, la manzana que vemos será siempre esa manzana, o la roca será siempre esa roca. El cambio es imposible.
Para Parménides, el mundo sería algo así como una gran esfera (símbolo de la perfección y del no cambio), sin alteraciones abruptas, sin variaciones en su densidad, sin movimiento.
El no ser, al igual que el tiempo, solamente están en nuestro pensamiento. Podemos viajar en el tiempo, pero es un viaje que realizamos con la mente, porque el mundo es uno, inmutable y eterno.
3. La inalterabilidad del pasado en Aristóteles y los viajes en el tiempo.
Aristóteles se fijó en que en su tiempo había madres que se enteraban meses después de que uno de los barcos en los que sus hijos habían ido a la guerra había sido hundido. Las madres rezaban a los dioses para que su hijo no hubiera muerto. Para Aristóteles, los rezos para provocar cambios retrospectivos en el tiempo no tenían sentido, porque solamente podemos influir sobre el futuro.
El poeta griego Agatón ya había afirmado que ni siquiera los dioses pueden cambiar lo que ya ha sucedido.
Por lo tanto, para Aristóteles, el pasado es fijo, pero el futuro está abierto al cambio.
“El pasado es fijo”
Sin embargo, otros filósofos, llamados fatalistas, niegan también la posibilidad de cambio en el futuro. Para ellos, lo que vaya a pasar pasará necesariamente, porque “el futuro ya está escrito”.
“El futuro ya está escrito”
Desde que en 1895 H. G. Wells escribió “The Time Machine”, la preocupación constante de los escritores, filósofos y científicos se basa en el hecho de que un viajero en el tiempo pudiera viajar al pasado y modificar el curso de los acontecimientos. Por ejemplo, pisando accidentalmente una mariposa, se podría provocar una gran cascada de cambios que se proyectaran hacia nuestro presente y que siguieran hacia el futuro. O yendo al pasado, podríamos matar a nuestro abuelo cuando este era joven, y eso haría imposible que hubiéramos existido y hubiéramos matado a nuestro abuelo.
La concepción moderna de un espacio-tiempo tetradimensional permite esta posibilidad. El modelo de Aristóteles (inalterabilidad del pasado) o el fatalismo (ni el pasado ni el futuro son modificables) la niegan. Por eso, nadie propuso de manera consistente la posibilidad real de los viajes en el tiempo como algo posible o peligroso para el trascurso de los acontecimientos posteriores hasta finales del siglo XIX y principios del XX.
Algunos defensores de los viajes en el tiempo actuales consideran que es posible que podamos viajar al pasado sin modificarlo, por ejemplo, visitándolo como meros observadores sin capacidad de intervención, o haciendo imposible que la pistola que va a disparar a nuestro abuelo emita la bala mortal, o surgiendo mecanismos compensatorios en este proceso, como una cáscara de plátano en nuestra trayectoria cuando nos acercamos a nuestro abuelo, que hace que el resultado final sea una ausencia de cambios en el pasado.
Sin embargo, el fallo en el disparo de una pistola, o la presencia de una cáscara de plátano en un lugar donde antes no estaba, ya es en sí mismo un cambio que también podría crear reacciones en cadena hacia el futuro de consecuencias impredecibles.
4. La imposibilidad de los viajes en el tiempo.
Por lo tanto, para Aristóteles no tiene sentido hablar sobre los viajes en el tiempo. El futuro no existe todavía. Por lo tanto, no podemos viajar del presente al futuro. Tampoco se puede viajar de un futuro (que todavía no existe) a un pasado.
Dado que el hecho de viajar al pasado y provocar cambios daría lugar a una infinidad de paradojas espaciotemporales (como se muestra en muchas obras de ciencia-ficción), muchos pensadores actuales consideran que no es posible viajar en el tiempo porque se violarían todas las leyes de la lógica.
Sin embargo, la historia de la humanidad está repleta de avances que se realizaron porque hubo personas que hicieron cosas, ¡porque no sabían que no se podía hacer!
Por ello, es conveniente seguir investigando. Veamos algunas paradojas más que nos platean los viajes en el tiempo.
5. Agustín de Hipona y el tiempo como una experiencia subjetiva.
Agustín de Hipona se preguntaba cómo era posible que, si Dios conocía todo de todos los tiempos, no hubiera sido capaz de predecir que Eva iba a tentar a Adán con la manzana del árbol de conocimiento. Tampoco podría haber ningún momento en el que Dios no hubiera sabido que, creando al ser humano, este iba a provocar una gran cantidad de actos depravados en el mundo. Si Dios ya sabía esto desde antes de crearnos, ¿por qué lo hizo?
Los maniqueos (seguidores del maniqueísmo, una religión de origen persa a la que Agustín había pertenecido antes de convertirse al catolicismo) bromeaban sobre las ideas de este pensador afirmando que, si Dios creó el mundo en un momento determinado, ¿qué estuvo haciendo antes? ¿Es Dios un ser perezoso? Además de perezoso, ¿es arbitrario? Porque, ¿qué sentido tiene crear el mundo y el tiempo en un momento dado y no en otro?
Agustín respondió a estas críticas considerando que Dios creó el mundo y el tiempo a la vez. Sin embargo, esto no implica que el tiempo dependa del mundo. Para este pensador, aunque no haya ningún cambio físico, el tiempo puede seguir fluyendo. Esto es lo que pasa, por ejemplo, cuando percibimos un silencio prolongado.
Para Agustín, lo que no tendría sentido sería afirmar que hay tiempo sin que se produzca algún tipo de cambio mental. El tiempo, por lo tanto, está en la mente, porque si pensamos en el tiempo como un fenómeno independiente de la mente, caeremos en otra paradoja, la de la medida.
“El tiempo está en la mente”
El presente para Agustín es el límite entre el pasado y el futuro. Este punto, llamado presente o ahora, tiene una duración. Por ejemplo, si escucho una frase que dura dos segundos, “mi” presente dura ese tiempo. Pero ese no es el presente objetivo. El presente objetivo es un instante infinitamente pequeño, no tiene duración. Podemos acceder a las cosas en ese instante mínimo (presente objetivo). Sin embargo, cualquiera de nuestras percepciones presentes dura mucho más. El tiempo en el que escucho una canción, contemplo una montaña o tomo una decisión es “mi presente” (presente subjetivo) y ese presente es el que tiene sentido para mí.
Por otro lado, el presente objetivo (el presente de las cosas físicas) no se puede medir, la medición de la duración necesita de un presente subjetivo.
El pasado, por lo tanto, es lo que yo recuerdo. El presente lo que percibo. El futuro lo que anticipo. Lo demás no tiene existencia (el pasado físico ya no existe, el presente objetivo tiene una existencia infinitesimal y el futuro físico no existe todavía).
Además, cualquier observador puede variar su amplitud de presente subjetivo (puedo considerar como presente, el segundo que dura una hoja de un árbol en caer, o lo que estoy haciendo esta tarde).
Para Agustín, Dios tendría una amplitud perceptual infinita. Todo sería presente para él. Dios no esperó para crear el mundo. Dios no conoció de manera anticipada lo que Adán y Eva iban a hacer. Dios no predice, solamente percibe lo que para nosotros ha sido, es y será. Para Él es todo acto, todo se está produciendo en este momento.
Somos nosotros, con nuestra perspectiva del mundo limitada, los que viajamos en el tiempo a través de nuestra percepción y subjetividad.
“Somos nosotros los que viajamos en el tiempo”
El tiempo sería para Agustín simplemente una manera limitada de percibir algo mucho mayor: la eternidad. Un concepto que está demasiado lejos de nuestras capacidades humanas para poder comprender. Solamente Dios es capaz de tener una visión completa de esta eternidad.
Nosotros únicamente podemos realizar tentativas (siempre muy limitadas) de viajes en el tiempo proyectando nuestra imaginación hacia el pasado o el futuro, como de hecho ya hacen las películas de ciencia-ficción o como nos cuentan los libros de historia.
6. La ausencia de tiempo en Tomás de Aquino.
Tomás de Aquino se preguntaba sobre ¿dónde está Dios? Su respuesta fue “en todas partes”.
Si Dios está en todas partes no puede viajar. Si Dios está en toda la eternidad, es decir, en todos los momentos de tiempo (como defendía Agustín de Hipona), tampoco está limitado por el pasado o por el futuro. Dios no se puede mover por el tiempo como hacemos nosotros.
Es más, el trascurso del tiempo limita todas las posibilidades. Es decir, conforme pasa el tiempo, las cosas que son posibles que van convirtiendo en acto, van sucediendo. Un estudiante termina o no termina su doctorado. Una mujer de 30 años es o no es madre.
Dios no puede cambiar lo que hemos hecho durante el trascurso del tiempo. El poder de Dios está condicionado por el tiempo, porque Dios está fuera del tiempo. El tiempo es nuestra percepción distorsionada de una realidad mucho mayor, ilimitada, en la que se encuentra Dios, que es la eternidad.
Por lo tanto, el tiempo como tal no existe. Es solo lo que nosotros percibimos como una pequeña parte de algo mucho mayor (la eternidad), que solamente podemos comprender de una manera muy parcial.
7. ¿Es el tiempo dinámico o estático?
El filósofo idealista inglés McTaggart (1866-1925) consideraba que cuando hablamos de tiempo mezclamos dos conceptos.
El primero llamado Serie A se refería a los usos de “pasado, presente y futuro”. Sin embargo, habría otra serie, llamada Serie B, que se referiría a los conceptos de “antes de, simultáneo y después de”.
“Cuando hablamos de tiempo mezclamos dos conceptos: Serie A y Serie B”
Si consideramos el tiempo desde la perspectiva de la Serie A, el tiempo sería dinámico: lo que es pasado se irá convirtiendo en presente, y lo que es presente se irá convirtiendo en futuro. Esta Serie A es la que guía nuestras acciones en la vida diaria.
Sin embargo, el tiempo no debería cambiar de una mente a la otra (recordemos cómo podemos establecer diferentes duraciones para los eventos y, por lo tanto, lo que para una persona es presente, para otra ya podría ser pasado).
Por eso, es importante tener en cuenta la Serie B al hablar del tiempo. La Serie B es estática. Utilizando esta serie podemos armonizar todas las afirmaciones temporales que realicemos. Si se oye un ruido y un niño se asusta, un evento (el ruido) siempre irá antes del otro (el susto), y el susto siempre irá después del ruido.
Lo que describamos desde la serie B siempre será estático (se tratará de una relación que no cambia con el tiempo), lo que describamos desde la serie A subjetivo (mi pasado, presente o futuro variarán desde mi perspectiva personal).
Como normalmente usamos los conceptos de pasado, presente y futuro (serie A), el tiempo, tal y como lo entendemos, es una mera ilusión de nuestros sentidos. No es real. El tiempo es una ilusión.
Solamente podremos viajar por el tiempo haciendo uso de nuestra imaginación (como ya lo hacemos en el siglo XX y XXI).
El tiempo, para McTaggart, tal y como lo usamos en la vida diaria, es más bien una ficción y no un reflejo fiel de la realidad.
“El tiempo es una ficción”
El tiempo lo fabricamos nosotros con nuestros relojes, nuestros calendarios y nuestra imaginación. Lo único que existe es un sistema de relaciones entre objetos y eventos que se establecen mediante relaciones de “antes que”, después que”, al mismo tiempo que” (llamadas Series B), nada más.
Resumen y conclusiones
Desde la antigüedad hasta nuestros días, el ser humano ha cuestionado la naturaleza del tiempo y nuestras posibilidades de modificarlo.
La ciencia actual, al igual que muchas religiones, consideran que pudo haber un inicio del tiempo en el que nuestro universo fue creado y en el cual existimos.
En la mayoría de las tradiciones, el tiempo sería únicamente una visión distorsionada de una realidad mucho más amplia que únicamente percibiríamos de una manera parcial, y que llamamos eternidad.
El tiempo sería, por lo tanto, un producto de nuestra mente. Según esta perspectiva, podríamos viajar en el tiempo yendo al pasado mediante nuestros recuerdos, o al futuro mediante nuestros pensamientos anticipatorios.
Solamente tendría sentido hablar de un presente subjetivo (que podríamos medir). El presente objetivo sería ese instante infinitesimal en el que las cosas existen justo después del pasado, y justo antes de que se desplace hacia el futuro.
Sin embargo, ese presente (objetivo y subjetivo) es el único lugar desde el que podemos actuar. El ahora tiene un poder inmenso. Como decía el físico Richard A. Muller, el “ahora” puede construir una civilización o destruirla para siempre. El pasado nos ayuda a entender mejor el presente. El futuro nos ayuda a anticiparnos y a saber cómo debemos orientar nuestras acciones en este momento y en este lugar concreto de nuestra existencia.
Muller, A. R. (2016). Now. The Physics of Time. New York: W.W. Norton & Company.
Sorensen, R. (2003). A brief History oh the Paradox. Oxford: Oxford University Press.